La Virgen de Manuel
Rodríguez Sánchez “Manolete”.
Los lazos
afectivos con su madrina, María de los Dolores Molina Sánchez, y el
autoconvencimiento devocional llevan al torero hacia la Virgen de los Dolores.
Sus amigos personales, los periodistas José Luis Sánchez Garrido y Matías Prats
Cañete, cuando se refieren a los sentimientos de Manolete hacia la Señora,
siempre apostillan su devoción máxima.
Primero hay que
entrenarse.
Comentaba
D.Fernando Fernández de Córdoba que, aunque el camino natural del torero para entrar en San Jacinto
era Torres Cabrera y Plaza de Capuchinos, siempre bordeaba por Ramírez de las
Casas Deza y entraba por el Bailío. Se paraba un buen rato delante del azulejo
de la Virgen y luego entraba a la Iglesia. Mordido por la curiosidad, Don
Fernando le preguntó un buen día: “Manuel, ¿Por qué da usted esa vuelta y
siempre se para en el mosaico?”. La respuesta de Manolete, llena de
cordobesismo y devoción, fue fulminante: “Querido Don Fernando, el azulejo es
para entrenarme. Entrar derecho a la Iglesia y mirar a la Virgen a la cara, de
sopetón, es demasiado. Primero hay que entrenarse”.
El capote de la
Virgen de los Dolores.
Si
hubiésemos de conceder la mención de embajador de honor de la Virgen de los
Dolores, sin duda se la otorgaríamos al capote de seda y oro en cuyo centro
sobresale el bordado del busto de la Virgen.
El capote
en cuestión, recorrió todas las plazas del mundo, de Córdoba a San Sebastián,
de Sevilla a Barcelona o de Madrid a México, pasando por Bogotá. Manolete jamás
se separaba de él. En los cosos taurinos era la continuación del manto
protector de la Santísima Virgen y fuera de ellos era la marca institucional y
corporativa del torero. El 4 de diciembre de 1944, a iniciativa del
Diario Córdoba se le concedió un homenaje al torero por parte de los
cordobeses, todo estaba preparado en el local del Real Centro Filarmónico en la
calle Ambrosio de Morales: mesas, manteles, flores, adornos…y presidiendo el
lugar, el capote de la Virgen de los Dolores.
Grandes proyectos.
El 14 de
julio de 1947 fue el último día que Manolete estuvo en Córdoba, volvía de
torear en la Línea de la Concepción. Por la mañana visitó la finca El
Alcaparro, que había comprado recientemente, y tras el almuerzo asistió a misa
en San Jacinto orando ante la Señora de Córdoba, como era su costumbre cada vez
que iniciaba o concluía su temporada taurina.
Al salir de
la Iglesia conversó brevemente con el hermano mayor, hablaron de un festival
taurino benéfico que se estaba organizando y de otros proyectos relacionados
con la hermandad, sobre la devoción de los cordobeses hacia la Virgen de los
Dolores y la necesidad de socorrer a los más desfavorecidos. Grandes proyectos,
en definitiva, que Islero, el toro que le dio muerte a Manolete, a penas un mes
más tarde; se encargó de truncar.