Este año celebramos el tercer centenario de la hechura de la venerada imagen de Ntra. Sra. De los Dolores Coronada, realizada por el escultor Juan Prieto. Por todos es sabido la gran devoción a la Santísima Virgen en nuestros días, pero, ¿En qué contexto llegó la Virgen de los Dolores a San Jacinto, ese año en que Córdoba vio su cara por primera vez?
Para ello, tenemos que irnos dos
años atrás, 1717, año significativo para la historia del antiguo hospital de
San Jacinto. Ese año se funda la hermandad rosariana de Ntra. Sra. De los
Dolores, que rápidamente cobra un fuerte dinamismo, lo que impulsa el resurgir
de la congregación de los Siervos de María, que había desaparecido en los años
anteriores. La incorporación de la congregación servita a la pujante hermandad
se decide de forma unánime por los miembros de la primera el 23 de abril de
1719:
“El dia beinte y tres de abril del dicho año de 1719, el más glorioso
para esta Benerable Congregación, pues se acordó por todos unánimes y conformes
se reformase y subsitase la Venerable y orden Tercera de los Sieruos de María,
que se seruía en dicho Santo Hospital, la qual reciviese y incorporase en sí
canónicamente esta religiosa hermandad con laço indisoluble y con todas
fuerzas, vínculos, firmezas, validaciones, sircunstancias y solenidades que el
derecho previene y en tales casos son necesarias y se requieren”.
El acuerdo queda confirmado y refrendado en el cabildo
general que celebran conjuntamente las dos corporaciones la semana siguiente.
Al tiempo que se lleva a cabo esta unión, se acuerda en el mencionado
cabildo todo lo relativo al gobierno de
ambas. El hermano mayor de la cofradía desempeña también el cargo de ministro
de la orden tercera, por lo que el papel hegemónico de la hermandad salta a la
vista. Esta vitalidad y pujanza también se refleja en los ambiciosos proyectos
en los que se embarca, como la realización de una nueva imagen que sustituyera
a la anterior de 1718 del mismo Juan Prieto, la que hoy conocemos.
La vitalidad de esta hermandad que recibe a la Virgen de los
Dolores, también se muestra en su programa de cultos, destacando el septenario
doloroso, que se celebraba en distintas parroquias de la ciudad a las que los
hermanos acudían en rosario público con grandes faroles de vidrio, cantando
coplas dedicadas a la Virgen y acompañados de músicos; y la procesión del
Domingo de Ramos, en la que salía la imagen por los alrededores de la plaza de
Capuchinos llegando hasta la actual Cuesta Luján. Todo ello anunciado en
carteles que se repartían por toda la ciudad, acompañados de estampas, lo que
hizo que se propagase rápidamente la devoción a la Virgen.
En ese año 1719, se
estrena un nuevo estandarte para la procesión con una pintura de la Virgen y el
escudo de la hermandad bordado en oro y también se lleva a cabo la ampliación
de la portada y puertas de la antigua iglesia del hospital (que no son las
exteriores actuales que dan a la plaza de Capuchinos, construidas en 1730) para
que se facilitara el acceso a las grandes masas de fervorosos devotos de la
Virgen de los Dolores al templo y se pudiese sacar cómodamente la imagen de
Nuestra Señora de los Dolores en la procesión del Domingo de Ramos, como así
recogen los cabildos de oficiales de aquel año:
“eran muy
ferquentes los concursos en dicha Yglesia a asistir a las funciones que tiene
puestas en práctica dicha Venerable Congregación todos los Domingos en la
tarde, notándose grande embaraço en la entrada y salida de la Yglesia por las
estrecheces de las puertas…”
“el capellán
Jacinto Cuadrado de Llanes propuso a los referidos oficiales que por quanto la
dicha Yglesia no tenía puertas capaces ni suficientes de presente, sí solo unas
muy pequeñas dentro el saguán primero de dicho hospital por las quales no se
podía sacar la Ymagen de María Santíssima de los Dolores en procesión el
Domingo de Ramos. [...] se avía puesto la Santíssima Ymagen en el referido
saguán, y aunque con la mayor decencia posible, no la que merecía tan gran
Señora por no estar en la Yglesia…”
Por lo que podemos
afirmar que Córdoba la recibió, desde el primer día, con esplendor y fervor.