En el año 1719,
Juan Prieto entregaba a la Hermandad la actual imagen de Nuestra Señora de los
Dolores, siendo su altura de 172
centímetros y pagando la hermandad por ella 100 reales de vellón. Es una de las
representaciones más logradas y devotas de la Virgen en sus Dolores que reciben
culto en España. Nos representa a la Madre de Dios en el recordatorio de sus
Dolores, llamándonos poderosamente la atención que de las facciones de su cara
han desaparecido los tan usuales rasgos de adolescencia que encontramos en la
mayoría de las representaciones de María. Su rostro nos transmite una compasión
y ternura infinitas, su llorar es profundamente sereno, tan sólo un leve
pinzamiento en su entrecejo nos lleva a comprender su punzante dolor. La
configuración de la boca y de la barbilla nos hacen pensar en un suspiro de
aceptación, que no de resignación de lo que le ha acontecido a su hijo. EL
dolor de la Señora es profundo, porque es el alma lo que le duele, no es un
dolor desesperado, es un dolor asumido. Es la Majestad del Dolor. Su mirada
está perdida en el tiempo, tal vez recordando el instante en que sus maternales
brazos acogieron el cuerpo inerte de Jesús y todos los momentos de la pasión
volvieron a su mente. En sus ojos solo se refleja el dolor del recuerdo en
soledad. Desde tiempo inmemorial, la imagen de Nuestra Señora de los Dolores ha
suscitado la devoción del pueblo cordobés, buena prueba de ello es la
manifestación de fervor y devoción que tiene lugar todos los años el viernes de
dolores en la iglesia de San Jacinto.
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Según el pintor
Ginés Liébana, "Es la imagen más tradicional de la Semana
Santa de Córdoba, la más poética, en esa plaza única que parece un decorado de
película. Es una imagen muy especial, tiene cierta arrogancia en el gesto que
la diferencia de otras Vírgenes. Ella está como estirada, basta ver el gesto de
su cara y la posición de sus manos".