Segunda Parte: Los cordobeses, benefactores
y jueces del manto
Domingo de Ramos. 3 de abril de 1898. Cinco de la tarde. A
los sones de la marcha Real la Virgen de los Dolores traspasa el umbral de su
casa. Se inicia el cortejo de una procesión extraordinaria con el único
objetivo de lucir ante el pueblo, por primera vez en la calle, el manto azul de
las palomas, estrenado por la dolorosa en el septenario de los Dolores
Gloriosos del año anterior. Nos encontramos a finales del siglo XIX, tiempos
difíciles para España con la pérdida de las últimas colonias y en vigencia aún
el decreto del Obispo Trevilla para el desolado panorama cofrade cordobés.
El recorrido de dicha procesión extraordinaria fue: San
Jacinto, Torres Cabrera, San Zoilo, San Miguel , Mármol de Bañuelos, Plaza de
Osio , García Lovera, Letrados, María Cristina, Claudio Marcelo, Ayuntamiento,
Plaza del Salvador, San Pablo, Barberos, Álamos, Juan Rufo, Alfaros y Cuesta
del Bailío. El clamor popular no cesa de vitorear a la Señora de Córdoba y de
piropear y bendecir al manto azul. El pueblo, único juez soberano de la
historia, emitió su juicio aprobatorio y desde entonces el manto de las palomas
pertenece a su patrimonio devocional. El paso de la Virgen se detiene ante la
Iglesia de San Miguel, donde se entonó el Salve Regina, mientras el gentío
lanza flores sin parar a la Santísima Virgen, pese a la prohibición dada por la
propia hermandad para evitar el deterioro del manto. “¡Qué le vamos a hacer! ¿Quién le pone puertas al campo?”, son los
lamentos consentidos con júbilo por el Hermano mayor.
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“Don Ángel (espeta el Teniente de Alcalde al Capellán), ¿El manto es una obra suya, verdad?”
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“Bueno, verá usted, señor Usano. La
Virgen saca por primera vez a la calle el manto azul y la saya roja, de acuerdo
con la más clásica iconografía mariana. En efecto, yo he diseñado la traza de
ambos pero las piezas han sido bordadas por la Hermana de la casa, Sor Catalina
del Espíritu Santo con la ayuda de la señora viuda de Otero, doña Rafaela
Barbudo. Hemos tardado más de año y medio en realizarlos y se han invertido 133
onzas de oro con 15 adarmes también en hilo de oro. Su coste total, descontando
el terciopelo azul donado por la señora viuda de Calzadilla, doña Encarnación
Barrionuevo, descontando también el importe de la saya, donada por la familia
de Sor Visitación, la mano de obra y la dirección, ha sido de 10.299 reales con
48 céntimos, que como usted muy bien sabe, ha sido cubierto con la suscripción
popular que hemos hecho”.
Aprovecha la ocasión el Hermano mayor para exponer los
cuantiosos gastos que había originado la procesión extraordinaria y la
precariedad de las arcas de la hermandad.
El edil del ayuntamiento tomó nota y al poco tiempo llegó una
subvención de 1.000 reales. Continúa el
cortejo y a la altura de la calle María
Cristina, un joven se acerca al paso de la Virgen y con fervor desgrana un
soneto a la Santísima Virgen:
“ Por las calles
floridas y vistosas
como áureo sol sobre
tus andas brillas
y en seductores rostros
las mantillas
trazan juego de sombras
misteriosas.
Más no envidian las
joyas primorosas
tus hijas, al hincarse
de rodillas,
sino las perlas que hay
en tus mejillas
y que quisieran enjugar
piadosas.
Llevas el manto azul de
terciopelo
donde blancas palomas
en tu duelo
te dan compaña con las
alas quietas.
sigue el pueblo tu
regio itinerario
y oyes cantar las
místicas saetas
que recuerdan tu marcha
hacia el Calvario.”
Al terminar pregunta
el Teniente Alcalde: “¿Quién es este
muchacho tan sobresaliente en versos?”. El Capellán le responde, “se trata de Guillermo Belmonte, a quien
conocí la semana pasada en la Real Academia acompañado de Rafael Romero de
Torres y de mi hermano Enrique, grandes devotos de la Virgen de los Dolores,
cuya inspiración les une”.
Y sigue el pueblo su regio itinerario, hasta que bien entrada
la noche y ya en la Plaza de Capuchinos ante la muda cruz alzada sobre los
barrios de la torería, su efigie traspasó la geometría de cielo y cal, hacia el
camarín traspasado por los siete cuchillos…Con su manto azul, con el manto de
las palomas, con el manto del corazón de Córdoba.