viernes, 30 de enero de 2015

La Señora en el sueño de Julio Romero de Torres.



El pintor Julio Romero de Torres nace en Córdoba el 9 de noviembre de 1874, rodeado desde la cuna de un clima artístico. Su padre, Rafael Romero Barros, dirigió el Museo Provincial de Pintura, fundó la Escuela de Música y la Escuela Provincial de Bellas Artes, organizando y dirigiendo además el Museo Arqueológico. De todos es sabido que el famoso pintor es uno de los personajes más ilustres que ha dado la ciudad y que ha llevado a Córdoba por todo el mundo. Sus pinturas han sabido trascender a lo largo del tiempo y han dejado una impronta de nuestra tierra. Las obras en las que nos vamos a centrar especialmente son “La Saeta” (1918) y “La Consagración de la Copla” (1912).
Estas dos pinturas son llevadas a cabo por Julio Romero en los años que vivió en Madrid y en ellas recrea el alma de la ciudad con fondos arquitectónicos y paisajes imaginarios. Era muy usual este tipo de pintura en el que situaba rincones o edificos en lugares diferentes e impensables en la realidad.

En “La Saeta” representa la Semana Santa de Córdoba. Podemos apreciar a Ntra. Sra. De los Dolores tras el Cristo de Gracia en una procesión que recorre el entorno de la ribera del Guadalquivir. En la plaza de Capuchinos, en la fachada de la Iglesia de San Jacinto se puede observar una copia de dicha pintura en un retablo cerámico de tonos añiles.



“La Consagración de la Copla”  fue uno de los cuadros más importantes de los que se presentaron a la Exposición Nacional de 1912. Un total de diecisiete figuras aparecen en el primer plano de la composición. Algunas de ellas son personajes conocidos de su tiempo o cercanos al entorno de Julio Romero, incluso aparece, en un lateral, el autorretrato del pintor. Aquí de nuevo aparece la Virgen de los Dolores, esta vez en la otra orilla del río y de repente, como fondo arquitectónico en el centro, la iglesia de Santa Marina.


El otro episodio de la vida de Julio Romero de Torres ligado a la Señora lo encontramos en su despedida terrenal. El 10 de mayo de 1930 fallece el pintor y en el itinerario del féretro desde su casa en la plaza del Potro hasta el cementerio de San Rafael, su última despedida de la ciudad tuvo lugar en la iglesia de San Jacinto, ante la Virgen de los Dolores, donde se le rezó un responso y se interpretó la ‘Reviere’ de Schuman a cargo de la violinista almeriense Cristeta Goñi, el pianista Carlos Gacituaga y el violoncelista Rafael Gant.






viernes, 23 de enero de 2015

La Virgen de Manolete.



La Virgen de Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”.
Los lazos afectivos con su madrina, María de los Dolores Molina Sánchez, y el autoconvencimiento devocional llevan al torero hacia la Virgen de los Dolores. Sus amigos personales, los periodistas José Luis Sánchez Garrido y Matías Prats Cañete, cuando se refieren a los sentimientos de Manolete hacia la Señora, siempre apostillan su devoción máxima.

Primero hay que entrenarse.
Comentaba D.Fernando Fernández de Córdoba que, aunque el camino natural del torero para entrar en San Jacinto era Torres Cabrera y Plaza de Capuchinos, siempre bordeaba por Ramírez de las Casas Deza y entraba por el Bailío. Se paraba un buen rato delante del azulejo de la Virgen y luego entraba a la Iglesia. Mordido por la curiosidad, Don Fernando le preguntó un buen día: “Manuel, ¿Por qué da usted esa vuelta y siempre se para en el mosaico?”. La respuesta de Manolete, llena de cordobesismo y devoción, fue fulminante: “Querido Don Fernando, el azulejo es para entrenarme. Entrar derecho a la Iglesia y mirar a la Virgen a la cara, de sopetón, es demasiado. Primero hay que entrenarse”.



El capote de la Virgen de los Dolores.
Si hubiésemos de conceder la mención de embajador de honor de la Virgen de los Dolores, sin duda se la otorgaríamos al capote de seda y oro en cuyo centro sobresale el bordado del busto de la Virgen.
El capote en cuestión, recorrió todas las plazas del mundo, de Córdoba a San Sebastián, de Sevilla a Barcelona o de Madrid a México, pasando por Bogotá. Manolete jamás se separaba de él. En los cosos taurinos era la continuación del manto protector de la Santísima Virgen y fuera de ellos era la marca institucional y corporativa del torero. El 4 de diciembre de 1944, a iniciativa del Diario Córdoba se le concedió un homenaje al torero por parte de los cordobeses, todo estaba preparado en el local del Real Centro Filarmónico en la calle Ambrosio de Morales: mesas, manteles, flores, adornos…y presidiendo el lugar, el capote de la Virgen de los Dolores. 



Grandes proyectos.
El 14 de julio de 1947 fue el último día que Manolete estuvo en Córdoba, volvía de torear en la Línea de la Concepción. Por la mañana visitó la finca El Alcaparro, que había comprado recientemente, y tras el almuerzo asistió a misa en San Jacinto orando ante la Señora de Córdoba, como era su costumbre cada vez que iniciaba o concluía su temporada taurina.
Al salir de la Iglesia conversó brevemente con el hermano mayor, hablaron de un festival taurino benéfico que se estaba organizando y de otros proyectos relacionados con la hermandad, sobre la devoción de los cordobeses hacia la Virgen de los Dolores y la necesidad de socorrer a los más desfavorecidos. Grandes proyectos, en definitiva, que Islero, el toro que le dio muerte a Manolete, a penas un mes más tarde; se encargó de truncar. 


viernes, 16 de enero de 2015

Cuando Isabel II se postró ante la Señora.



Por las prioridades informativas de la época, han llegado hasta nosotros datos sobre el traje que usó en su visita al hospital de los Dolores o de quién era el coche de caballos que llevó aquella tarde.
Sabemos que el 17 de septiembre de 1862 era el dia previsto para dar por finalizada su estancia en Córdoba, pero por la fiebre catarral que desde días atrás padecía el rey Francisco de Asís, hubieron de permanecer una jornada más en nuestra capital, dedicando la reina las horas de la tarde a una visita maratoniana a diversos centros benéficos y religiosos. Acompañada de la infanta Isabel (que más tarde sería conocida por “La Chata”), Isabel II, iba vestida con traje blanco con guarniciones verdes y tocada con velo y rica y brillante corona.



A las cuatro horas y treinta y cinco minutos de la tarde llegaba al hospital de San Jacinto. Para recibir a la reina se encontraban a la puerta del mismo el obispo Juan Alfonso de Alburquerque, primer patrono del centro y director de la casa. Isabel II y su hija oraron ante la Virgen de los Dolores para, seguidamente, recorrer la sala frente a la capilla en la que había 33 camas aseadas y limpias, con otros tantos venerables ancianos que elevaron al cielo sus descarnados y temblorosos brazos pidiendo a la Reina de los Cielos felicidad para la mejor reina de la tierra, según recoge Maraver Alfaro.

Tras contemplar los seis versos en octavas que adornaban las otras tantas ventanas bajas del hospital de San Jacinto, así como la iluminación extraordinaria que lucía la fachada, Isabel II volvió a subir al coche para visitar el hospital de Jesús Nazareno y la iglesia de San Rafael, regresando al palacio Episcopal, donde se hospedaba, tras pasar por la Victoria, en donde se había organizado una feria en su honor.